Por Equipe de Redação
Publicado en 13 de octubre de 2024
São Sebastião fue escenario de una de las más recientes tragedias ambientales en Brasil. La ciudad sufrió una inundación que dejó a miles de desabrigados y 65 muertos. Foto: Assessoria de Imprensa/ICC.
Como São Sebastião, en la costa norte de São Paulo, trabaja para transformarse en un lugar resiliente a eventos extremos tras las lluvias que devastaron la ciudad en 2023.
El electricista Moiseis Bispo, de 38 años, había reformado recientemente su casa cuando São Sebastião, en la costa norte de São Paulo, fue asolada por una lluvia que devastó la ciudad en febrero del año pasado. Liderando la Vila Sahy, nunca había visto nada parecido. El agua invadió casas, desabrigó a miles de personas y dejó 65 muertos. Abrió cicatrices en los habitantes y en el medio ambiente.
«Es un trauma que quedará para el resto de la vida. No importa si seguimos aquí o nos vamos», dice Bispo, que teme ver la historia repetirse. Un año y ocho meses después, sin embargo, São Sebastião va cerrando poco a poco las cicatrices y reencontrando una nueva forma de lidiar con eventos climáticos extremos.
Este mes, se completará una etapa importante de este proceso. Se realizará la última siembra del Proyecto Restaura Litoral, una iniciativa que mapeó 851 áreas de deslizamiento para acelerar el proceso de regeneración vegetal de la región.
Con el uso de drones equipados con inteligencia artificial, ya se han lanzado más de 1,000 kilogramos de semillas de árboles nativos en 183 hectáreas de áreas devastadas, alcanzando el 90% de la meta del proyecto. El objetivo es llegar a 200 hectáreas en las próximas dos semanas.
El proyecto forma parte de un paquete más amplio, que pretende hacer de São Sebastião un lugar resiliente a eventos climáticos y prevé la creación de cuatro unidades de conservación, además de educación ambiental. «Lo que llevamos de todo esto es tener una preocupación con el futuro ambiental”, resume Bispo.
Convertir las ciudades en resilientes a eventos climáticos extremos, como ha intentado hacer la ciudad de la costa norte de São Paulo, es un desafío que debe superarse en Brasil. En la última década, el 94% de los municipios brasileños han sido afectados por algún tipo de desastre, según un estudio divulgado por la Confederación Nacional de Municipios (CNM). La mayoría causada por el exceso de lluvias y por las sequías.
Aun así, Brasil aún patina en la prevención. Entre 2010 y 2023, el país invirtió alrededor de R$ 15 mil millones en acciones de respuesta y recuperación y solo alrededor de R$ 7 mil millones en prevención, según Talita Gantus de Oliveira, investigadora del Instituto de Geociencias de la Universidad Estatal de Campinas (Unicamp).
«Actuamos de manera reactiva, nunca estamos preparados. El modus operandi cuando aparecen los desastres es ese, es como si fueran políticas estacionales, las acciones ocurren cuando empieza a llover», dice Oliveira, que estudió planificación territorial urbana para gestión de riesgos y resiliencia a desastres en Brasil durante su doctorado.
La propia Política Nacional de Protección y Defensa Civil surgió en 2012, después de las lluvias que dejaron 900 muertos en la región serrana de Río de Janeiro en 2011. Un estudio realizado por el Centro Nacional de Monitoreo y Alertas de Desastres Naturales (Cemaden) entre 2021 y 2022 mostró que el 59% de las defensas civiles municipales están compuestas por una o dos personas, y el 72% de los municipios ni siquiera tenían presupuesto para la Defensa Civil.
«Otro punto es que la gran mayoría de las personas que ocupan cargos de defensa civil no son servidores públicos, así que cada elección municipal hay cambios y entran personas que no saben del tema. Necesitan ser capacitadas desde cero», afirma Victor Marchezini, sociólogo de Cemaden.
En Brasil, según Marchezini, también faltan articulaciones entre los municipios, lo que compromete la acción en episodios que involucran más de un lugar, como ocurrió este año en el Rio Grande do Sul.
Ante episodios recientes como este, Brasil intenta estimular la creación de Planes Municipales de Reducción de Riesgo (PMRR). Hasta 2026, el Gobierno Federal pretende financiar 200 PMRR, para mapear los riesgos geológicos e hidrológicos en áreas periféricas. Este mes, se finalizó el primer plan, para la ciudad de Paulista, en Pernambuco.
Para Oliveira, esta iniciativa significa avances, pero Brasil también necesitará enfrentar otros desafíos, como crear políticas públicas continuas, garantizar financiamiento a los municipios, hacer cumplir los planes, invertir en planificación urbana y vivienda de calidad, además de combatir la especulación inmobiliaria en áreas de desastre.
«La resiliencia es una ‘buzzword’ que ha sido incorporada al mercado como práctica de gentrificación. Pero la resiliencia tiene que ver con la capacidad de movilización comunitaria», destaca.
Marchezini está coordinando un proyecto, el Cope/Fapesp (Capacidades Organizacionales de Preparación para Eventos Extremos) que mapeará a partir de 2025 la capacidad de las ciudades para lidiar con eventos extremos y hará formaciones piloto en algunas localidades.
«No hay manera de tener agentes de Defensa Civil suficientes para lidiar con miles de personas, así que necesitamos políticas públicas suficientes para involucrar a las personas y prepararlas», dice.
Es precisamente la movilización comunitaria el motor de iniciativas ambientales y sociales con foco en la resiliencia en São Sebastião. El municipio tiene la ventaja de ser un balneario que atrae turismo de las clases con más poder adquisitivo, lo que permitió en la época de la tragedia captar recursos y articular que viabilizaron el Restaura Litoral.
El proyecto es una iniciativa que involucra a la ONG local Instituto Conservación Costera (ICC), el gobierno, a través de la Fundación Forestal, el Ministerio Público Federal (MPF) y la iniciativa privada.
Parte de los recursos para el proyecto vino de la Concesionaria Tamoios, como compensación por el impacto de la construcción de la Ruta Nova Tamoios. Esto permitió contratar a Atlântica Consultoría Ambiental, que hizo el diagnóstico de las áreas devastadas y montó un plan de cinco etapas para la recuperación, y a Ambipar, que adaptó la tecnología con drones para lanzar las semillas.
Se utilizan biocápsulas que serían desechadas por la industria farmacéutica y abono orgánico derivado de residuos de Estaciones de Tratamiento de Efluentes (ETE).
«Ante la peculiaridad de São Sebastião, que son áreas de difícil acceso con gran declive, tuvimos que hacer adaptaciones en los drones, para que pudieran dispersar semillas rápida y eficientemente, tanto grandes como pequeñas», explica Gabriel Estevam, director corporativo de Ambipar.
Se están lanzando especies como guapuruvu, embaúba, crindiúva, quaresmeira y otras. «Ya hay resultados visibles, con áreas de deslizamiento donde la vegetación ya supera el metro», agrega André Motta, de Atlântica Consultoría Ambiental.
«El desastre vulnerabiliza más a las personas que ya están en áreas de riesgo. La mayor parte de ellas son personas negras, con menores ingresos. Y muchas de estas comunidades ya están organizadas, conocen el territorio», enfatiza Oliveira.
En el caso del Restaura Litoral, la población ha participado en talleres de mapeo de riesgos y educación ambiental. También se llevan a cabo acciones en las escuelas, para enseñar a profesores y estudiantes a lidiar con los riesgos de desastres naturales.
«No se puede hablar de un post-tragedia sin lidiar con las personas que han pasado por eso», defiende Fernanda Carbonelli, directora del ICC.
En asociación con el Cemaden, desde febrero se ofrecen clases una vez por semana en cuatro escuelas. Además, ya se han realizado nueve talleres con los habitantes locales.
«Sabemos que no podremos sacar a todos de las áreas de riesgo, eso es utópico, tenemos más de 22,000 personas en esas áreas, y muchas de ellas ni siquiera quieren salir de esos lugares, pues es su hogar», explica Carbonelli.
En las actividades, los niños y adolescentes son entrenados para actuar en situaciones de emergencia, aprender a identificar áreas de riesgo y también aprenden técnicas de conservación. La meta es formarlos para que sean agentes multiplicadores de ese conocimiento en la comunidad.
La estudiante Anna Luisa Gallo, de 17 años, aún no vivía en São Sebastião cuando ocurrieron los deslizamientos. A pesar de haber leído sobre lo sucedido en ese momento, fue solo al llegar a la ciudad a principios de este año que tuvo dimensión del impacto de la tragedia.
Por eso, decidió participar en las actividades. «Esto traumatizó y afectó a mucha gente. La población más joven no sabía qué hacer. Mis amigas contaron que se quedaron sin comida e internet», dice.
En São Sebastião, la meta es expandir las formaciones a otras 20 escuelas. Para Bispo, acciones similares deberían multiplicarse. «Es importante que esto no sea solo una acción de São Sebastião, sino de otras ciudades y estados. La prevención y reeducación del ser humano es el mejor camino», resalta.
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